Para mucha gente, desgraciadamente, Navidad significa intercambio de regalos, fiestas, viajes. Pero para los cristianos, el nacimiento de Cristo, como sabemos, simboliza mucho más: es renovación, es solidaridad, es fe, es esperanza, es reavivar el amor al prójimo.
Aun así la Navidad continúa siendo una fiesta universal. “Incluso al que se dice no creyente puede percibir en esta celebración cristiana anual algo extraordinario y trascendente, algo íntimo que habla al corazón”
Se suele decir que “la caridad empieza por uno mismo”. Creo que algo así tendríamos que decir de la Navidad. La Navidad empieza en casa. Es verdad que son unas fiestas con un marcado carácter familiar. Tal vez por eso estamos llamados a vivir este tiempo, estas fiestas, desde el amor, la paz y la fraternidad y debemos comenzar por donde debe ser: por la familia.
El Papa Francisco nos recuerda que no existe la familia perfecta, pero tampoco hay que temerle a la imperfección, a la fragilidad y a los conflictos. “Hay que aprender a afrontarlos de manera constructiva. Por eso, la familia en la que, con los propios límites y pecados, todos se quieren, se convierte en una escuela de perdón”.
La Navidad “no se trata solo de algo emotivo, sentimental; nos conmueve porque dice la realidad de lo que somos: somos un pueblo en camino, y a nuestro alrededor -y también dentro de nosotros- hay tinieblas y luces. Y en esta noche, cuando el espíritu de las tinieblas cubre el mundo, se renueva el acontecimiento que siempre nos asombra y sorprende: el pueblo en camino ve una gran luz. Una luz que nos invita a
reflexionar en este misterio: misterio de caminar y de ver”.
Benjamín Echeverría.
Provincial de los Capuchinos