No hacemos grandes planteamientos o reflexiones sobre el modo de vivir y expresar nuestra relación con él. Nos basta con haber experimentado alguna vez su protección y a él acudimos cuando tenemos alguna necesidad. No nos interesa tanto lo que este hombre fue e hizo, sino lo que ahora es y hace.
Como suele ocurrir, con el paso del tiempo la piedad popular ha idealizado su figura. Pero esto no nos lo ha alejado, sino todo lo contrario: nos lo ha acercado, convirtiéndolo en amigo y bienhechor. Es el santo comprometido con toda clase de necesidades presentadas ante él por sus devotos, a quienes ayuda y escucha. Así le cantamos:
“San Antonio de Padua, bendito, de la Iglesia Doctor luminoso, limosnero del menesteroso y hallador de las cosas perdidas”.
La imagen que se nos ha trasmitido y que conservamos es la del predicador popular, conocedor de la Sagrada Escritura, de ahí el título de Doctor Evangélico.
Conocemos también su amor a los pobres y sus intervenciones a favor de éstos. En su predicación anunciaba a Cristo tratando con dureza a los poderosos del mundo y con compasión a los pobres. De hecho, en uno de sus sermones afirma que “la vida del pobre son los bienes de que vive, como la vida vive en la sangre. Cuando privas a un pobre de sus propios bienes, le sacas la sangre, le aprietas la garganta”.
También la devoción a San Antonio mantiene en nosotros una preocupación por los demás. El pan de los pobres, el pan de san Antonio, las obras sociales creadas en torno a él, nos ayudan a encauzar nuestra solidaridad. Damos algo por un favor recibido. Así, siguiendo el ejemplo de San Antonio, con este gesto de dar, tratamos de hacer más llevadera la vida de los pobres.
Benjamín Echeverría
Provincial de los Capuchinos