Actualidad San Antonio salva a su padre de la horca

San Antonio salva a su padre de la horca


Dos nobles residentes en Lisboa, habían llegado a una situación tan tensa que, según ellos, “uno de los dos sobraba”. Empezaron por envidias, siguieron los desafíos en forma abierta, hasta llegar al rencor y el odio. 
 
Uno de esos días en los que la almohada es la peor consejera, uno de ellos no esperó al amanecer. Fue en busca de quien, según él sobraba. La discusión no fue para aclarar puntos de vista. Simplemente sacó un arma y mató a quien ya antes había dado muerte desde el rencor y el odio.
 
Cuenta la historia que llevó el cadáver al jardín de Martín Buillón, padre de San Antonio, y allí lo enterró. Sería la forma de que la justicia, si algún día encontraban el cadáver de su enemigo, haría responsable al padre de San Antonio puesto que estaba enterrado en su propiedad. 
Y así fue. Pronto las pesquisas dieron con el lugar donde había sido enterrado el noble asesinado. Y Martín Buillón fue condenado a la horca.
 
San Antonio, en ese preciso momento estaba predicando en la iglesia de Padua. Cuenta que, de pronto, cesó de hablar, cerró los ojos, se recostó sobre el púlpito y, en un acto de bilocación, se presentó en el tribunal de Lisboa que estaba condenando a su padre a morir en la horca. 
 
El Santo de Padua, con voz serena, segura y mirando fijamente al tribunal, les impuso que trajeran el cadáver hasta el lugar donde se estaba condenado a su padre. … Ya tienen el cadáver ante ellos. Antonio, con voz solemne y en nombre de Cristo le conjura al muerto: “Habla y dí si mi padre y mi familia son reos  del crimen que se les imputa”. El muerto, ante el asombro, el miedo y la sorpresa, se yergue y declara: “Don Martín es inocente de mi muerte”. 
 
… Momentos más tarde el mismo Antonio levanta las manos desde el púlpito y bendice al público que no se había movido de sus asientos en la iglesia de Padua. 
                                                  José Martínez, OFMCap
Amado Royo, corresponsal del Mensajero de san Antonio

Amado Royo, corresponsal del Mensajero de san Antonio

Hasta escribir estas líneas no he sido consciente de que en cierta manera siempre ha pasado o he tenido al lado a la orden franciscana en algún momento de la vida. Recuerdo de niño que en casa de mi abuela materna, Carmen, estaba el Mensajero de San Antonio, y me gustaba leer las historias para niños que traía y también que la imagen de San Antonio se pasaba de casa en casa en el pueblo.

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