A través de él recordamos que la espiritualidad franciscana nos presenta un modo de entender e interpretar la vida. Una vida que no se puede entender sin Dios, porque para la persona creyente, el ser humano no puede entenderse sin Dios.
San Antonio, en la escuela de Francisco de Asís, pone a Cristo en el centro de la vida y del pensamiento, de la acción y de la predicación.
“Si predicas a Jesús, él ablanda los corazones duros: si le invocas, endulza las amargas tentaciones: si piensas en él, te ilumina el corazón; si le lees, te sacia la mente”
Como buen franciscano y como “Doctor Evangélico”, nos invita a redescubrir el Evangelio y la persona de Jesús. Esto le llevó a preocuparse por la dignidad de toda persona.
Por eso los entendidos dicen que la moral franciscana es una moral del corazón, de la caridad, de la compasión, de la cercanía, de la cordialidad, del compartir, de la comunicación y del compromiso.
El estilo de vida franciscano está orientado a servir en lugar de dominar, a acoger en vez de rechazar, a entregarse y compartir con los demás más que en vivir de manera individualista… Son precisamente estas actitudes las que nos capacitan a las personas para comprender las angustias y las alegrías y el deseo de construir un mundo diferente.
Desde estas claves podemos comprender por qué la Iglesia a lo largo de la historia, y sobre todo en esos momentos de mayor sensibilidad social, ha estado siempre dedicada a los más pobres, en los que ve siempre el rostro o la presencia viva de Jesús.
Para la familia franciscana a este Dios que es amor (1Jn 4,8) se le conoce sobre todo, a través del amor. Todo amor que hace crecer al otro como persona refleja el amor de Dios y tiene su origen en Él. Ese amor a los demás se expresa de manera especial en el cuidado a los miembros débiles, dolientes, pobres y necesitados.
Por eso en la vida, devoción e historia que ha rodeado a San Antonio ha sido importante esta dimensión social de ayuda, alimentación y cuidado de los pobres. Que él nos ayude a no perder esa sensibilidad hacia los pobres y que sepamos implicarnos en la transformación de sus vidas y de nuestra sociedad.
Benjamín Echeverría