Un viernes 13 de junio de 1231, antes de que los frailes la anunciasen oficialmente, corría por las calles de Padua esta noticia: ¡Ha muerto el Santo! ¡Ha muerto San Antonio! El 30 de mayo de 1232, en menos de un año, el Papa Gregorio IX lo canonizaba en Espoleto.
En la tradición franciscana a menudo lo recordamos como maestro de Teología de sus hermanos en Bolonia. Allí recibió aquella entrañable “cartica” de San Francisco de Asís en la que le decía que “me agrada que enseñes la sagrada teología a los hermanos, a condición de que, por razón del estudio, no apagues el espíritu de la oración y devoción”. Lo recordamos también como predicador famoso por el sur de Francia e Italia y ante el Papa y la Curia romana.
El último tiempo de su vida lo pasó en Padua, ciudad de la que se entusiasmó. Allí escribió sus sermones sobre las fiestas del año litúrgico. Son los escritos que nos han llegado de él. Sermones no para ser predicados, sino como instrumento de formación y trabajo con el que los frailes preparasen las catequesis que dirigían al pueblo.
“San Antonio de Padua bendito, de la Iglesia doctor luminoso, limosnero del menesteroso y hallador de las cosas perdidas”. Así le cantamos en algunas de nuestras iglesias. La piedad popular así se ha acercado a San Antonio, y así mantiene su memoria. Así reza ante él.
Aparece representado con algunos símbolos característicos: el hábito franciscano y el libro de los Evangelios que tanto predicó. Por eso recibió el título de Doctor Evangélico. Se le representa también con el lirio, símbolo de pureza y con el niño Jesús en brazos, recordándonos el abajamiento o anonadamiento de Dios. Un Dios que “se hace menor”.
Dentro de las devociones al santo más popular y venerado por el pueblo cristiano, es famosa desde poco después de su muerte, la del responsorio “Si buscas milagros”, escrito por Fray Julián de Espira en torno al año 1235. Otras de las manifestaciones del culto antoniano son los martes de San Antonio, que recuerda los funerales y los milagros que ocurrieron aquel día y el Pan de los pobres, donde se entrelaza la devoción y la asistencia en favor de los más desvalidos de la sociedad.
Fr. Benjamín Echeverría, OFMCap