"Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba".
Así comienza la carta Encíclica del Papa Francisco sobre el cuidado de la creación. Es un intento de dialogar con todos los seres humanos sobre el cuidado de la casa común. Tenemos especialmente presente el mensaje de este gran documento eclesial en este mes, en el que la naturaleza se despierta. En invierno la tierra duerme, pero en primavera nos presenta el primer verdor, el renacer, el comienzo de la vida.
También a mí, desde mi vivencia de la espiritualidad franciscana de aprecio por la creación me preocupan muchas cosas. Veo en el campo cosas que quisiera no ver: plantas y árboles que florecen a destiempo, animales que no emigran, envenenamiento de los campos por los herbicidas, ríos contaminados...
El mundo natural está en constante cambio, es verdad. La naturaleza tiene sus leyes, pero desde el siglo pasado influye de manera más determinate que nunca la mano del hombre. La manera de relacionarse con el mundo natural no ha sido desde un espíritu de comunión sino de depredación.
La iglesia a lo largo de la historia ha hablado de salvación, de salvación del ser humano. En estos últimos años, el Papa Francisco quiere hacernos caer en la cuenta de que los seres humanos no se salvan si no se salva también la Creación.
En este mes estamos llamados a redescubrir el asombro, la capacidad de maravillarnos por todo lo que vive a nuestro alrededor, la responsabilidad que tenemos de custodiar, de guardar, en vez de destruir nuestra casa común.
Benjamín Echeverría.
Provincial de los Capuchinos