Algo así creo yo que sucede con el nuevo año. Todos nos deseamos que éste sea un buen año, aunque lo hacemos con la conciencia de que, como ante todo lo desconocido, no sabemos qué nos traerá.
El comienzo de año es un momento ideal para hacer promesas y formular deseos de felicidad. Es bueno que nos deseemos un nuevo año feliz, porque en medio de la dureza y complicación de la vida, también creemos que estará lleno de posibilidades. Un nuevo año invita también a volver la vista atrás para hacer memoria agradecida de lo acontecido en el transcurso de un año que se fue. Recordar es aprender de todo aquello que nos ha ayudado a madurar, a crecer como personas, a avanzar en el camino de la vida y de la fe.
Como tantas veces sucede en nuestra vida, la liturgia con la que celebramos nuestra fe día a día o semana a semana, nos traslada a un mundo distinto. Abre el año ofreciéndonos la compañía de Dios Padre, que nos bendice y protege. Abre el año ofreciéndonos la cercanía de Jesús, que nos salva, y también la de María, que medita en todo lo ocurrido. Para nosotros, como creyentes, el nuevo año comienza bajo el signo de la bendición de Dios y bajo la mirada amorosa de la madre de Cristo.
Es bueno que nos deseemos un nuevo año feliz y todavía es mejor que nos preguntemos ¿Qué deseo realmente para mí? ¿Qué es lo que necesito? ¿Qué busco? ¿Qué sería para mí algo realmente bueno y nuevo en este año que acaba de comenzar?
Ojalá que, como María, sepamos encontrar esos momentos de silencio y serenidad para descubrir lo realmente importante en nuestra vida.
Nuestros mejores deseos de paz y bienestar para todos vosotros.
Paz y Bien para este nuevo año.
Benjamín Echeverría