La crisis del Coronavirus retrasó mi vuelta de Venezuela a España. En este tiempo rezamos a nuestra madre para que siga protegiendo a todos sus hijos.
Al pensar en ella recordamos que la tradición cristiana le ha dado muchos títulos a María y la ha representado de mil maneras distintas. Muchos de esos títulos los enunciamos en el rezo del rosario. Momento en el que al hilo de lo que fue la vida de Jesús, somos conscientes de la vida de toda persona se muestra como un misterio, que puede ser gozoso, glorioso, luminoso o doloroso. Precisamente este último es uno de los aspectos que la tradición cristiana ha destacado de ella:
El dolor de la madre ante la muerte de su Hijo. De hecho, cuántas veces hemos escuchado que no hay nada más triste para unos padres, sobre todo para una madre, que ver morir a un hijo.
La imagen de la María sufriente, la de la madre al pie de la cruz, nos ha hecho sentirla más cercana a las penas y sufrimientos cotidianos. En esos momentos en que tantas personas y pueblos enteros padecen grandes sufrimientos, las personas creyentes, de manera confiada nos volvemos a ella para que nos dé la fuerza y ayuda necesaria para hacer frente a la adversidad. Ella sintió la cercanía de Dios afrontando una vida difícil. Por eso, nos puede acompañar como madre en las pruebas de la vida. De ella decimos que es la madre sufriente y solidaria con todos los dolientes de la historia.
La Palabra de Dios, la Biblia, no nos ha trasmitido largas palabras de María, pero sí una serie de gestos sencillos pero profundos. Muchas veces no es necesario hacer grandes cosas. Basta con saber estar. Cuántas veces, un pequeño gesto, una palabra dicha a tiempo, un estar junto a la otra persona sin decir nada, una oración… son los cauces eficaces de solidaridad que utilizamos ante el sufrimiento de los demás.
María acompaña hoy a todas las personas que sufren por cualquier motivo y nos acompaña a cada uno de nosotros. Con una voz suave, nos dice: “¡Ánimo, tú puedes! Estoy contigo”.
Benjamín Echeverría