Un año más, en este mes destacamos dos figuras importantes que animan nuestra vida de fe: San Francisco de Asís y la Virgen del Pilar. De los dos aprendemos una manera de orientar la vida. Así también nos lo recuerda el papa Francisco.
En el último gran documento firmado la pasada primavera en Loreto, junto a la casa de la Virgen, después del sínodo de los jóvenes, nos dice que el corazón de la Iglesia está lleno de jóvenes santos.
Entre ellos cita a San Francisco de Asís que, siendo muy joven y lleno de sueños, escuchó la llamada de Jesús a ser pobre como Él y a restaurar la Iglesia con su testimonio. Renunció a todo con alegría y es el santo de la fraternidad universal, el hermano de todos, que alababa al Señor por todas sus creaturas.
Recuerda también que en el corazón de la Iglesia resplandece María, mujer de fe que vive y camina en la fe. Ella es modelo para una Iglesia que quiere seguir a Cristo con frescura y docilidad. Siempre llama la atención su decisión para comprometerse y para arriesgar. El “sí” dado a Dios y las ganas de servir fueron más fuertes que las dudas y las dificultades. Para nosotros, aquella joven es el “Pilar” de nuestra fe, la Madre que vela por los hijos. Estos hijos que a veces caminamos por la vida cansados, necesitados, pero queriendo que la luz de la esperanza no se apague.
Ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios. Dice el papa, nuestra Madre mira a este pueblo peregrino, querido por ella, que la busca haciendo silencio en el corazón aunque en el camino haya mucho ruido, conversaciones y distracciones. Precisamente por todo el jaleo y aturdimiento en el que nos movemos, necesitamos ese silencio. De ella, ante su imagen, en silencio, aprendemos a decir “sí” en la testaruda paciencia y creatividad de aquellos que vuelven a comenzar.
Benjamín Echeverría