Representaba en su mente imágenes del niño, que besaba con avidez; y la compasión hacia el niño, que había penetrado en su corazón, le hacía incluso balbucir palabras de ternura al modo de los niños… quería que en este día los ricos den de comer en abundancia a los pobres y hambrientos y que los bueyes y los asnos tengan más pienso y hierba de lo acostumbrado… No recordaba sin lágrimas la penuria que rodeó aquel día a la Virgen pobrecilla.
Es muy fácil que se desborden en nosotros los sentimientos y afectos con las estampas navideñas, pero eso no basta para vivir la profundidad del misterio que celebramos. El misterio de la Encarnación que estamos celebrando es un misterio de amor. Dios es amor, y como amor está en mí y en cada uno de los seres humanos.
Existen distintas formas de celebrar la Navidad. Y si bien es cierto que tendemos con bastante frecuencia a buscar aquello que nos es más fácil y práctico de realizar, esta fecha constituye una poderosa invitación para celebrar con un sentido especial y trascendente para nosotros mismos y nuestro entorno. La Navidad encierra un secreto que, desgraciadamente, escapa a muchos de los que en esas fechas celebran «algo» sin saber exactamente qué. No pueden sospechar que la Navidad ofrece la clave para descifrar el misterio último de nuestra existencia. Como afirma uno de nuestros teólogos, “la celebración sencilla pero honda de la Navidad puede despertar en nosotros la fe. Una fe que no nos encierra en nosotros mismos sino que nos abre; que no separa sino une; que no recela sino confía; que no entristece sino que ilumina; que no teme sino que ama”.
Felices los que, en medio del jaleo de estas fiestas, sepan acoger con corazón creyente y agradecido el regalo de un Dios Niño. Para ellos será Navidad.
Benjamín Echeverría